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Tuesday, April 28, 2009

Sueños de clase media

Un tópico frecuente en el análisis vulgar de la política argentina transita por las clases sociales. En una sociedad moderna, una clase social define un grupo humano que comparte una cultura propia que la diferencia de las otras clases. Un elemento importante de esta cultura propia dentro de la clase es el poder adquisitivo. Pero las clases sociales no son lo mismo que los segmentos de poder adquisitivo que dividen a la sociedad. La estratificación social es algo anterior y más profundo; y no es meramente una convención estadística, por ejemplo la que surge de considerar una barrera convencional de una cantidad de dinero como ingreso anual como límite entre categorías de consumo. La división social es algo que llevado al extremo, bien podría considerarse natural. Y aquí hay que acotar que esta hipotética secuencia natural podría bien ser tan férrea como cualquiera de las manifestaciones perjudiciales de la naturaleza, como la infección natural de la malaria que es inoculada en el ser humano, no ya por un complot extranjero ni una intervención divina, sino por una forma de vida común y corriente como es el mosquito anófeles. Natural, diremos, pero no inevitable. Que la malaria sea natural no significa que la ciencia no deba actuar en contra de ella, curando a los enfermos, vacunando a la gente aún sana y exterminando poblaciones enteras de mosquitos. Hoy en día se acepta que las relaciones sociales generadas a partir de la economía de producción inevitablemente generan clases sociales. Esto no implica, no debería implicar, que haya que quedarse de brazos cruzados viendo cómo el sistema evoluciona sin intervención de la razón.

Históricamente en Buenos Aires se hablaba de tres clases sociales. Alta, media y baja. Posteriormente, a estas clases sociales se sumó la clase de los marginales y se dividió la clase media en media-alta y media-baja.

En este hipotético tejido social, mis amigos, compañeros de trabajo, familia, es decir, gran parte de los miembros de mi clase, se consideran pertenecientes a la clase media. Sin embargo, desde el punto de vista sociológico, se equivocan. En este mismo error caen muchos políticos que integran de alguna manera el pensamiento de izquierda, quienes consideran a un médico, un profesor universitario o a un vendedor de seguros como integrantes de la clase media. No lo son pues son trabajadores que dependen de su trabajo para vivir. La clase media se integra por gente que vive del trabajo ajeno, como ya detallaremos.

Factores determinantes de la estratificación social


En una sociedad capitalista, la estratificación social surge necesariamente de las relaciones de producción y posesión. Los factores que dibujan los límites de clase entonces son:


  • Propiedad de la tierra

  • Producción de bienes

  • Explotación de recursos naturales y humanos

  • Creación de conocimiento

  • Consumo

Esto da lugar a la diferenciación cultural entre clases. La cultura, es decir el modo de vida que adopta la clase, girará en torno a los factores enumerados. Hay una forma de explotar la tierra, una forma de comer o vestirse y una forma de crear bienes culturales.

Clase sociales en Argentina

Un esquema de estratificación adecuado a los factores enumerados sería el siguiente:


  • Clase Alta: formada por la oligarquía terrateniente cuya cultura se desarrolla alrededor de la posesión de la tierra y la explotación de los recursos naturales. Herederos de la cultura de la nobleza, es decir, lo poco que permeó desde España y otras noblezas extranjeras; crecen a la sombra de una corte o rey protector. Si no hay monarca, como en el estado argentino moderno, los oligarcas locales buscan amparo en otro estado más poderoso: primero fue España, luego Inglaterra y ahora es Estados Unidos. La clase alta domina la política. De este sector social emana el poder. La política de estado es en definitiva la negociación entre las políticas que preservan los beneficios de la oligarquía y aquellas que se conceden al resto del tejido social. Las políticas de estado son generadas y verificadas desde aquí a través de los miembros de la clase gobernante. La característica fundamental de la clase alta es su parsimonia, la cual descansa en la seguridad de la posesión, no ya de los territorios sino de la nación misma y su carácter conservador de las estructuras. Los oligarcas parecen considerar a la nación como su propiedad. La Nación Argentina es así un conjunto formado por dos grupos fundamentales de bienes: Por un lado las fuerzas armadas, el gobierno y parte de la infraestructura vial. Todo eso está para servir a la oligarquía. Por otro lado, la salud pública, educación, seguridad y los servicios constituyen la otra parte de la nación que los oligarcas conceden al resto de la población, para que se eduque, tenga salud y consuma.

  • Clase Gobernante: Discutible si se pueden considerar o no un clase en sí mismo, sin duda este grupo se relaciona entre sí de una forma distinta a la clase alta y no comparte el poder de la alta burguesía. Este grupo está formadol por los proveedores de servicios de la clase alta: mayordomos, militares de alto grado, presidentes, senadores, etc. Comparten la misma cultura que la clase alta, pero además asumen formalmente el valor de vivir amparados por alguien más poderoso. Sus relaciones de vasallaje con la clase alta son más firmes y convencionales que las de ésta con el extranjero. La clase gobernante administra los bienes de la clase alta. Estos bienes propios incluyen, según la cultura oligárquica, toda la nación, es decir la organización estatal de los bienes y servicios públicos.

  • Clase media alta, o burguesía nacional: Formada por descendientes de plebeyos. No comparten la cultura de la clase alta. Dentro del movimiento social, probablemente la barrera más férrea sea la de ingreso a la oligarquía. La clase media alta difícilmente tenga algún tipo de mezcla social en este sentido. Ni siquiera los matrimonios mixtos pueden ascender al cónyuge plebeyo a la oligarquía, aunque sí a su descendencia. La clase media no tiene la cultura de la posesión. Los altos industriales argentinos pueden amasar fortunas y terminar siendo capitanes de la industria; pero no tendrán nunca la seguridad de la posesión de la nación. Mientras que un terrateniente de clase alta disfruta de la seguridad de que ningún cataclismo económico hará peligrar sus posesiones, el industrial de clase media está a merced de la economía. Es muy difícil que se produzca la bancarrota individual de la clase media alta, pero no obstante, el industrial o banquero debe trabajar, es decir hacer un esfuerzo orientado hacia la protección de sus bienes. A diferencia del oligarca dedicado a “dolce far niente”, el clase media debe moverse para mantenerse en una posición de poder. Probablemente el factor cultural que más caracterice a la clase media es su cultura de explotación del recurso humano. La clase media alta está formada por gente que posee los conocimientos y herramientas de explotación de los trabajadores y que ejerce ese poder con eficiencia. La diferencia fundamental con respecto a la clase gobernante es que los miembros de la clase media alta no reconocen formalmente una relación de vasallaje hacia la oligarquía. En muchos campos, sus intereses son contrarios a la oligarquía y existe de hecho una disputa constante por los espacios de poder. La inserción de las políticas de estado forzadas por la clase media alta compensan aquellas que inserta la oligarquía, determinado la oscilación típica de los procesos democráticos. Si esta natural oscilación representa un peligro para el interés de la clase alta, rápidamente la oligarquía recupera el poder mediante una intervención directa, ya sea en forma de golpe de estado civil, en uso en épocas anteriores; militar, típico del siglo XX, o económico. Esta forma de intervención de la oligarquía contra los procesos democráticos en Argentina inevitablemente ha colocado a la burguesía nacional en un lugar político asimilado más a la democracia que a las dictaduras y esta identificación no siempre genuina se refleja en numerosas manifestaciones culturales, desde el historicismo hasta la plástica. Aunque el fenómeno del golpe militar de 1976 pudo borronear bastante este aspecto, al menos en los primeros días en los cuales muchos se engañaban sobre el objetivo del “Proceso”, las políticas de estado hasta 1982 tuvieron sin duda el signo de devolver a la oligarquía el poder parcialmente perdido durante los años del peronismo en manos de la burguesía nacional industrial.

  • Clase media baja, o pequeña burguesía: Poblada de pequeños y medianos empresarios, productores rurales, comunicadores, dueños de sanatorios, etc. Se distingue de la clase media alta en que no posee medios acabados de explotación de recursos humanos, aunque potencialmente tiene esa capacidad y la ejerce vestigialmente. Los empresarios pequeño burgueses deben lidiar con las dificultades y tropiezos de su falta de poder como clase y negociar con los sindicatos, por ejemplo. No poseen fuerzas de seguridad propias más allá de la policía local. Deben comprar voluntades políticas, económicas o judiciales para desarrollar sus negocios. Esta clase social paga por tener poder: lo alquila. El pequeño burgués no solamente está merced de la política y la economía, destino que comparte con la clase media alta, sino que además sufre el poder judicial. A diferencia del burgués, el pequeño burgués puede ir preso por los delitos que comete. El poder judicial no está en sus manos. En la población carcelaria hay un porcentaje, minoritario pero cierto, de miembros de esta clase social. Otra característica interesante es que mayoritariamente, la opinión pública se genera aquí. Cuando se utiliza periodísticamente la frase “qué opinan los argentinos de…”, se habla de este sector social, asimilado a “los argentinos”. La radio, la televisión y la mayor parte de los medios gráficos está poblado de ejemplares de esta clase. Este sector es un lugar de paso, al menos sus integrantes parecen sentirlo así. Las expresiones culturales del pequeño burgués están en gran parte dedicadas al más distintivo rasgo de esta clase: su deseo de ascenso social. A diferencia de la clase media alta que ha descubierto la imposibilidad de ascenso a la oligarquía, el miembro de la clase media baja puede esperar el ascenso a la clase media alta. Este ascenso se concretará cuando por fin acceda a los medios efectivos de explotación humana. Mientras esto no suceda, permanecerá deseoso de ascender, dedicando buena parte de su energía vital a dicha empresa. Este deseo se concreta en un tipo de consumo mayoritario y especialmente dedicado a satisfacer, o mitigar, esta necesidad. Para venderle un tipo de vino a la pequeña burguesía hay que decirle que ese vino es el que consume la clase media alta. Aquí, el símbolo de estatus social es determinante. Esta clase se nutre además de un flujo constante de individuos ascendidos socialmente desde la clase trabajadora, lo cual dificulta el establecimiento de una condición de frontera inferior.

  • Clase trabajadora: Abarca desde los profesionales empleados hasta los obreros desocupados. Médicos, maestros, oficinistas, cuentapropistas, talleristas, martilleros, abogados, carpinteros o músicos; esta clase social, a diferencia de las otras, no se define por lo que posee sino por lo que hace. Hágase una sencilla prueba: pregúntese quién es “Fulano de Tal”. Si la respuesta es “Fulano de tal es el dueño de la empresa XXX” entonces se puede hablar de un pequeño burgués, pero si la respuesta es “Fulano de Tal es un abogado de Berazategui” entonces seguramente estaremos hablando de un miembro de la clase trabajadora. El trabajador, en tanto actor social, se define por lo que hace, es decir, ser abogado, y no por lo que posee. La clase trabajadora es quien produce los bienes, y quien los consume en su mayor parte. Es por lejos la clase más numerosa. Esto la vuelve la destinataria de prácticamente toda la producción cultural propia de su clase y la ajena, hecha por las clases superiores para ser consumida en la parte más baja de la pirámide. Mientras que el pequeño burgués es quien habla por “los argentinos”, este discurso es consumido por la clase trabajadora y asimilado como propio. El obrero parece creer que esa es la opinión de su clase. Tal vez el rasgo más característico de esta clase es el desconocimiento de la pertenencia, es decir, la “conciencia de clase”, recibiendo esta característica el nombre técnico de “alienación”. Mientras que la burguesía nacional tiene por lógicos enemigos a la oligarquía dueña de la nación por un lado y la clase trabajadora que se resiste “peronísticamente” a dejarse explotar por el otro, la clase trabajadora tiene como enemigos tanto a la oligarquía, con la cual debe negociar la parte de la nación que necesita para subsistir, por ej. la educación y la salud, como a la clase media, que intentará utilizar su fuerza de producción dando lo menos posible a cambio. La clase trabajadora está pues en un frente de batalla, lo cual no es otra cosa que la famosa “lucha de clases”, contra un enemigo minoritario y poderoso. Además del rasgo cultural ya dicho, es decir, la falta de conciencia de clase, otro factor determinante y emparentado en alguna relación causal con el primero, es el combate contra la propia clase. La clase trabajadora es víctima de sí misma: los policías o los soldados que reprimen a los trabajadores son ellos mismos trabajadores. Los ladrones y asesinos que victimizan a los trabajadores son mayoritariamente ellos mismos trabajadores, no ya por lo que hacen sino por la sociedad que los genera y alberga. También forma parte del panorama de la inseguridad de la clase trabajadora, la amenaza violenta y delictiva de los marginales, a quienes el trabajador que se cree clase media confunde con trabajadores. Este factor no debe ser ajeno al deseo de “despegue” de una clase que se percibe peligrosa, aún siendo uno mismo miembro de ella. Mientras que la clase trabajadora produce bienes de todo tipo, incluso la mayor parte del conocimiento, ya sea en forma de actividad intelectual, ciencia o arte, es la que más degradada o escasamente recibe ese conocimiento. La falta de calidad en la educación y la ciencia aplicada se explica porque este bien es considerado un malgasto por los dueños y administradores de la nación. Lo mismo sucede con la salud, la cual se produce y paga desde la clase trabajadora, siendo ésta la que menos servicio recibe. Un rasgo muy importante de la clase trabajadora es que la misma está atada a los medios de producción, al igual que ocurrió en la historia de la civilización. El obrero rural o industrial depende del trabajo “que le dan”. El trabajo, es decir el intercambio de energía vital por un salario, se considera un bien que la clase políticamente dominante le “otorga” al trabajador. Esta percepción mendicante del intercambio favorece la dependencia del patrón. En las profesiones “liberales”, la dependencia se produce a través de diversos consumos que exceden la capacidad productiva normal. El médico toma una hipoteca para adquirir una casa que lo mimetice de pequeño burgués, el abogado compra una embarcación que no puede mantener y el profesor viaja por el mundo sin llegar a pagar sus cuentas a fin de mes. Esta dependencia establece relaciones de vasallaje con la patronal, donde el trabajador se deja explotar más allá de lo que hubiera aceptado inicialmente, en pos de cubrir su tasa de consumo. Una característica transversal de clase, que abarca desde el escribano hasta el peón rural, es el trabajo extra, más allá del convencionalmente aceptable. La changa, el doble turno, el stress laboral y la guardia hospitalaria son formas de la explotación que se aceptan comúnmente, pues es la forma mediante la cual el trabajador paga un nivel de consumo que, hipotéticamente, podría catapultarlo a lo que se considera “el éxito”, es decir, el ascenso social.

  • Marginales: Marginal quiere decir que está al margen de la sociedad, lo cual resulta algo imposible, pero nosotros preferimos la definición que sitúa al marginal al margen del consumo, lo cual le otorga características únicas de clase. Esta clase social se compone de gente que lejos de poseer o desear la posesión, dedican su esfuerzo vital y su cultura a la subsistencia. Su número es inferior a la cantidad abrumadora de trabajadores. En tanto no son productores de bienes en el sentido estricto y, sobre todo, no son consumidores, los marginales carecen de atractivo social para las otras clases. Lo único que puede consumir o desear el marginal es el sustento diario, y esto lo convierte en fuerza potencial barata para todo tipo de uso. En tiempos de paz social, su función fundamental es la del reciclaje silencioso e invisible. Basureros, cloacas, desarmaderos, y lupanares son sus lugares de trabajo. Proveen material humano para las tareas más viles, desde la prostitución infantil a la venta de órganos. Eventualmente se encargan de desaparecer un cadáver molesto, asesinar a sueldo, etc. Se convierten en una fuerza auxiliar cuando un gran operativo político los requiere. No significan nada en términos militares o represivos, pero su papel resulta bastante efectivo para amedrentar y ayudar a controlar a la clase obrera. Un marginal representa el fin de todo tejido social, el abismo perturbador en el cual podría caer el trabajador que perdiera su más preciado bien: su trabajo. Por otro lado, el marginal es temido por su comportamiento delictivo. El deseo de seguridad por parte de la clase trabajadora, principal víctima del delito marginal, eleva al marginal como actor social: Es el sospechoso, el violento, el inoportuno y maloliente apéndice del intestino social. Los marginales carecen de censos, número, servicios. Son estadísticas inciertas. Son desaparecidos sociales.

  • Pueblos originarios: Es discutible la inclusión de los descendientes de los antiguos pobladores de América precolombina en una estructura social que describe a la sociedad criolla. También es objetable su incorporación metodológica por otra razón: algunas sociedades originarias tiene, de por sí, su propias clases sociales; sin embargo, los grupos reales, es decir las comunidades indias reunidas bajo un cacicazgo, son tratadas desde el seno de la sociedad criolla como un grupo homogéneo y son las consecuencias políticas y económicas de esta homogeneización forzada las que prevalecen antes que las coloridas, pero ocultas, diferencias sociales internas de estos pueblos. El indio en Argentina es el perdedor, el noble bruto frente al cual se debe sentir algo de culpa y piedad. Tal es el camino que enseña la formación mediática. A esta altura, la clase trabajadora sabe que los indios son los sobrevivientes de una masacre étnica perpetrada por los antepasados recientes de la clase alta argentina. La cultura de clase ha logrado formarse una idea de los indios suramericanos que engloba a veces una especie de culpa. Las iniciativas a favor de las comunidades indias se perciben como una especie de reparación histórica que el estado argentino le debe a los indios. Bajo este discurso, se esconden varias falacias. En primer lugar, se considera a nivel popular, dentro de la clase trabajadora y buena parte de la clase media, que el asesinato genocida de los indios es un crimen del estado argentino, y como el estado argentino somos todos, la desaparición casi completa de los ranqueles, selknam o mapuches es un crimen de nuestros antepasados. Ya sabemos que el estado argentino no es sino una construcción política de la oligarquía terrateniente la cual usó este estado y su ejército para conquistar el territorio indio, matar a sus antiguos pobladores, y reclamar la posesión exclusiva de esa porción de la corteza terrestre. Las interminables estancias de Braun y Menéndez y sus descendientes, gente de carne y hueso que, entre otras cosas, además de conservar las tierras, instala supermercados en la Patagonia, son tierras arrebatadas por la fuerza a sus antiguos ocupantes. Cuando decimos “arrebatadas por la fuerza” no queremos significar que los pobres indios fueron corridos a rebencazos. En realidad, la oligarquía argentina siempre ha encontrado el mecanismo para que gente de otra clase haga el trabajo sucio por ellos. El principal ejecutor de los designios de la clase alta es el ejército. Como tal, esta fuerza armada cumplió con la tarea de limpiar de habitantes molestos a la Patagonia y la zona central para que la naciente oligarquía porteña pudiera hacerse de sus tierras. Las familias nobles de vez en cuando destinan a algún hijo con pocas luces para que haga la carrera militar, pues para otra cosa no sirve. De allí se explica la aparición esporádica de los apellidos patricios en la oficialidad del ejército y de allí surge también el vergonzoso historial militar de la República. O sea que tenemos por un lado un ejército armado, propiedad de la oligarquía, que asesina a los indios, pero además, la historia tiene documentadas masacres menores cuya macabra felonía requiere una mención. Nos referimos a los envenenamientos y fusilamientos “de oficio” de los selk’nam u onas. A continuación, se transcribe parte del artículo dedicado de Wikipedia (“Genocidio_selk'nam_en_Tierra_del_Fuego”) a estos hechos.

Se piensa que la Tierra del Fuego sería adecuada para ganadería, pero el único problema en este plan es que, según parece, sería necesario exterminar a los fueguinos (onas)...

Daily News (1882)

Antes de que se arrojaran sobre esta tierra como vampiros los así llamados civilizados, la vivienda kawyi común era el paravientos de cueros cosidos. Éstos y las pieles eran raspados y pintados por dentro con akel, las mujeres confeccionaban bolsas de piel de foca para recoger agua, de juncos entretejidos para llevar objetos, y una escalerilla con suave piel ablandada para transportar e instalar a sus niños de pecho. En los siglos XVIII y XIX a los balleneros noruegos, suecos y otros, se sumaron los buscadores de pieles de guanaco y zorro, los anglosajones cazadores de pingüinos y los loberos norteamericanos. Algunos llegaron a envenenar los restos de animales que sacrificaban para obtener piel y grasa, contribuyendo así a la eliminación de nuestros nativos. Hasta 1880 entre los ONAS y YAMANAS sobrevivían alrededor de 4.000 personas. Por entonces, los europeos comenzaron a quedarse. Uno de ellos fue Julius Popper, judío rumano, que ingresó a la masonería y organizó desde Buenos Aires una compañía para obtener oro en el sur, donde instaló varios lavaderos del metal que por Punta Arenas enviara a Hamburgo. Llegó a acuñar moneda propia y a hacer circular una estampilla privada por el correo oficial junto a sus soldados-peones yugoslavos y austríacos que hasta recibieron sueldos como policías argentinos; se entretenía en cazar Onas con escopetas y fusiles, fotografiándose con las "piezas cobradas". Capatazes y peones ingleses,escoceses, irlandeses e italianos, fueron los `cazadores de indios´ que como Mac Lennan o `chancho colorado´, pusieron el precio de una libra por testículos y senos, y media libra por cada oreja de niño. Después Menéndez Behetty utilizó el mismo sistema de exterminio con los tehuelches.

Alfredo Magrassi, en Los aborígenes de la Argentina

Esos los hizo matar Chancho Colorado (Mc Lennan el verdadero nombre) administrador de los Menéndez. Otros de los matadores lo voy a nombrar: uno era José Díaz, algo de portugués por ahí. Otro se llamaba Kovasich, yugoeslavo. Alverto Niword, era otro, son tres, Sam Ishlop y Stewart, algo de malvinero por ahí. Que yo sé, que más o menos que los conozco por mi mamá que los nombró a todos [...] y hay varios más que yo no me acuerdo.

Federico Echelaite o Echeline (de madre ona y padre noruego)

De manera que no debería existir una culpa argentina por el exterminio, los responsables no somos todos, sino una cantidad de gente de clase alta y allegada con nombre y apellido; pero lo más importante y fundamental, el único motivo del exterminio se sigue manteniendo, esto es, la apropiación de las tierras. Si de veras la clase allegada argentina quisiera enmendar las cosas, bien podría restituir las tierras a las comunidades originarias. Obviamente, esta reparación nunca se hará en tanto el estado argentino siga siendo únicamente la concesión política de la oligarquía al sistema republicano y mientras el estado siga administrado por sus mayordomos.

Hoy, la cultura de los pueblos originarios cumple una función únicamente testimonial. Su influencia social es mínima y de alcance puramente regional.

Otra falacia es el mito del indio como parte de la patria. Los pueblos originarios no son parte de la Argentina. De manera que la expectativa de los trabajadores para sumar a las luchas de clase a los pueblos originarios debería sosegarse. Los indios, ya lo dijimos, poseen su propia estructura social, y cada etnia tiene su propia característica. La mera pretensión de englobar mapuches y kollas bajo una misma descripción social es el producto de una visión miope de la riqueza y variedad cultural de las poblaciones originales de América.

Por último, existe el pensamiento equivocado que tiende a construir alrededor de los pueblos originarios una especie de Arcadia pastoril donde imperaban la igualdad social, la justicia, la sabiduría y la paz hasta que la llegada de los españoles cortó esa línea política. Sabemos que algunas culturas no desarrollaron clases sociales pues no llegaron a esa etapa del desarrollo, pero las grandes culturas de América, entre ellas la incaica, ya utilizaban la explotación humana, las guerras de exterminio y una rígida estratificación social. Sirva lo dicho como pie para anticipar quizá el corolario de este trabajo: La estratificación social, la explotación y la lucha de clases son fenómenos naturales e inevitables en cierto período del desarrollo de la civilización. No será el retroceso hacia el pasado la forma de eliminar o superar estos males, sino al contrario, la justicia social solamente podrá ser instaurada mediante el ejercicio de la razón y el desarrollo científico puestos al servicio de la causa revolucionaria.

Cuadro comparativo de las clases sociales en la argentina de hoy.

A continuación se muestra un cuadro comparativo de las características claves para diferenciar las clases sociales argentinas. En la segunda columna, junto al nombre convencional de la clase, se describe la fuente de dónde obtiene poder el estrato social descrito. En la tercera columna se anota el tipo de movilidad ascendente, es decir, cuánta probabilidad tiene un miembro de esa clase de ser ascendido hacia la clase superior. En la cuarta columna, se describe la amenaza principal que podría acabar con los privilegios de esa clase, pero visto desde la perspectiva del individuo, es decir, sería la respuesta a la pregunta “¿A qué teme un miembro de esta clase, en tanto tal?”. En la quinta columna, de muestra la forma de inmunidad que posee un miembro de la clase, por ejemplo, frente a su principal amenaza. Un oligarca puede temer una revolución, pero goza o al menos confía en la inmunidad que puede obtener frente a ese suceso; en este caso, sabe que aún cuando todo lo demás falle, contará con el apoyo de una potencia extranjera para recuperar el poder. En cambio el pequeño burgués solo puede gozar de la inmunidad que pueda pagar con su dinero, es decir, puede comprar la voluntad de un juez, un comisario o incluso un diputado, pero no mucho más que eso. Por último, en el cuadro se lista la tarea socialmente significativa que cumple la clase hacia las demás. Esto no acaba con la descripción de la tarea individual de un miembro de la clase, sino que intenta bosquejar el nicho cultural que el resto de la sociedad le atribuye a su dedicación principal.



































































Clase

Fuente de poder

Movilidad ascendente

Principal amenaza

Inmunidad

Tarea

Alta

Posesión de la tierra

Solo hacia el exterior

Revolución

Total, respaldada por EEUU y la clase gobernante

Domina

Gobernante

Amparo de la clase alta

Escasa

Crisis política

Total, respaldada por la clase alta

Gobierna

Media alta

Medios de producción

Ninguna

Crisis económica

Judicial

Explota rec. naturales y humanos

Media baja

Dinero

Hacia la clase media alta

Crisis financiera

Sólo la que puede pagar

Administra

Trabajadora

Capacidad de producción y consumo

Hacia la clase media baja

Desocupación

Ninguna

Produce

Marginales

Ninguna

Ninguna

Hambre

Ninguna

Recicla

Pueblos originarios

Ninguna

Ninguna

Desaparición

Ninguna

Ninguna



La cultura de la clase trabajadora:

La cultura es la forma de vida de un grupo social. En definitiva, es la forma en que vive la gente. La forma de hacer música, de edificar, de consumir ropa y festejar la navidad, todo eso forma parte de la cultura. También debe incluirse en la cultura a los valores que se aceptan más o menos en forma unánime. Cuando se analiza la situación cultural de la clase, incluyendo además el origen y la evolución de las costumbres, solo entonces se consigue relacionar la unidad cultural con la clase, y se extraen conclusiones muy ricas.

La cultura de la clase trabajadora incluye el valor del trabajo. Se considera el trabajo como una bendición, un bien en sí mismo. Ninguna otra clase considera el trabajo así. Solo los trabajadores piden trabajo, incluyéndolo en sus plegarias. El ocio es socialmente condenado y la gente ociosa de clase trabajadora es mal vista: “haragán”, “mantenido” y “vago” son casi insultos. Sin embargo, se admira a los miembros de clase superiores que no trabajan. “vivir de rentas” es un destino deseable, y quien lo logra es admirado o por lo menos no es mal visto. Esta diferencia que se hace con los “vagos” de clases superiores se explica porque, implícitamente, el trabajador valida así su posible mejora social; se ve a sí mismo como un potencial miembro de la clase media.

Otro factor importante de la cultura trabajadora es el déficit. El trabajador antes que nada es una persona que carece de algo. Todo el tiempo se hacen planes para adquirir un bien o mejorar una condición económica. No llegar a fin de mes, no llegar a la vivienda propia, no llegar al auto, no llegar a pagar la hipoteca, no llegar a la universidad, no llegar al plan de salud, no llegar a la prótesis, etcétera; la vida del trabajador se tiñe con la negación de alguna necesidad. Aún con las necesidades básicas satisfechas, la carencia fundamental del trabajador sigue irresuelta: no llegar a la clase media. El eventual pasaje hacia la clase media se designa como “salvarse”, “pararse para toda la cosecha”, “zafar para siempre”, etc. La forma del éxito vital, es decir el triunfo sobre el principal desafío de la vida, sería el ascenso social. Y el mismo se verifica cuando el trabajador llega a tener descendencia aceptada como clase media. Mudarse de barrio, dejar de trabajar para vivir del trabajo de otros, acceder a un escalón de consumo superior son condiciones ineludibles para el ascenso social, pero no alcanzan. El nuevo clase media debe establecer lazos sociales que concreten la inclusión, y éstos serán logrados a través de membresías a diversas instancias sociales, desde el golf club hasta la cooperadora policial; pero estos lazos débiles y paliativos solo dilatan el momento definitivo del ascenso social, que se concretará únicamente cuando alguien de su descendencia logre desposar a un miembro de alguna familia vieja de la clase media.

La clase obrera produce la totalidad de los bienes económicos, los cuales son apropiados por la clase media. Desde que los bienes son materiales, se entiende fácilmente que si un obrero produce una artefacto, cuando el mismo es apropiado por el patrón, el obrero pierda simultáneamente la posesión: o es de uno o es del otro. Hay un flujo constante de riqueza material producido por la clase trabajadora hacia las clases superiores. El camino de los productos inmateriales, sin embargo, no resulta tan evidente. La clase obrera produce, además de bienes materiales, la totalidad del conocimiento. La investigación científica, las invenciones técnicas o la creación artística, todo es producido mayoritariamente por los trabajadores. Un investigador del Conicet, un inventor asalariado de una empresa o un músico popular comparten la misma cultura de clase. Incluso la distribución del conocimiento se realiza a través de trabajadores: profesores, maestros, etc. Siendo entonces la clase trabajadora quien produce el conocimiento y quien incluso se lo transmite a los propios hijos de la clase media y la clase alta, resulta difícil comprender por qué no accede fácilmente a un bien inmaterial que, contrariamente al bien material, no se gasta cuando se lo cede. En primer lugar, la apropiación del conocimiento por parte de las clases altas no significaría un factor de poder si luego de la transferencia, el trabajador permaneciera en poder del conocimiento. La evolución del capitalismo ha favorecido la mercantilización del conocimiento, a través del surgimiento de diversos mecanismos de apropiación: copyright, patentes, editoriales, sellos grabadores, etc. Entonces se verifica que siendo el trabajador quien produce la obra intelectual, la misma es apropiada por la clase media a través de las empresas pertinentes, sean éstas laboratorios medicinales o universidades privadas. Por otro lado, recuérdese que el sistema de enseñanza estatal no es otra cosa que parte de un estado del cual es dueña la clase alta. La oligarquía cede a regañadientes parte de lo que considera su propiedad para que se eduque la clase trabajadora. Esta educación representa un gasto público y por lo tanto cuanto menor sea, mejor para el interés de la clase alta será. Así se llega a que el gasto en educación será el mínimo necesario para mantener la producción de bienes. Si el esquema productivo de la argentina pasara de un perfil industrial, que requiere una formación técnica y científica de los trabajadores, a un perfil rural automatizado, como el modelo sojero, la educación se reduciría a su mínima expresión, ya que en la nación agrícola no hace falta educar al trabajador mas allá de lo mínimo indispensable. Así como resulta evidente que tras mirar el mapa de la red ferroviaria del siglo XIX que la misma no fue diseñada para gozar de las maravillas turísticas del país sino para llevar materias primas al puerto de Buenos Aires, con la misma evidencia surge, luego de examinar la distribución histórica del gasto educativo, que el sistema está orientado a satisfacer el modelo de producción en boga en el momento de dictarse las políticas educativas. Si bien siempre hubo lugar para la filosofía o la astronomía, la munición gruesa del sistema educativo apunta a formar trabajadores utilizables, siendo aquellas materias concesiones menores a una fachada de sistema democrático de educación.

Si nos ponemos por un momento en la piel de un oligarca que decide qué formación cultural mínima necesita el trabajador, obtenemos lo siguiente:


  • Formación moral y cívica, destinada a adoctrinarlo

  • Lecto-escritura

  • Formación técnica básica: matemática y geometría

  • Supervivencia: higiene, puericultura.

Es decir, necesitamos un trabajador que piense en lo que nosotros queremos, que sepa leer y escribir, que pueda llevar cuentas, operar una computadora y que sea capaz de cuidar su salud. Todo lo demás es un gasto superfluo: No necesitamos que sepa música, que se dedique a las letras o que estudie las estrellas; pero hay que ceder parte del gasto en estas nimiedades porque la clase trabajadora lo exige de vez en cuando, y es sabido que hay que ceder en algo para mantener el lazo apretado. También hay que ceder en las demandas de salud, y entonces se forman algunos médicos, y también hay que formar abogados, etc. La oligarquía requerirá también gasto público para formar sus fuerzas de represión, esto es las fuerzas armadas y de seguridad. Además las fuerzas armadas son un requerimiento de la potencia extranjera que ampara a la clase alta argentina, no solo para poder vender armas al país sino también para disponer de este ejército nacional en caso de necesidad, sea ésta ultimar una amenaza continental, como floreciente Paraguay del siglo XIX, o para recuperar el poder político amenazado por gobernantes díscolos o traidores. Así como las potencias extranjeras han logrado ahorrarse el gasto de mantener un ejército de ocupación en Argentina gracias a que la misma nación paga un ejército que pone al mando del Londres o, ahora, Washington, la oligarquía argentina ha logrado que la misma clase trabajadora pague la fuerza destinada a reprimirla y controlarla. Esto conduce al punto más contradictorio de los intereses de clase: Bajo la presión de la inseguridad delictiva, los productores del conocimiento científico están dispuestos a sacrificar la calidad de sus escuelas con tal de aumentar el gasto policial, aún sabiendo que esto redundará en que deberán dedicar más esfuerzo vital, es decir más horas de trabajo, para pagar la educación privada, cada vez más cara y necesaria, de sus hijos.

El falso valor del trabajo

La cultura del trabajo es parte estructural de la cultura de la clase trabajadora. Desde los dichos “ganarás el pan con el sudor de tu frente” o “el trabajo es salud” a “el trabajo dignifica”, la inversión de energía vital en una actividad que beneficia al patrón se considera un signo de virtud; pero no lo es. Si bien la actividad física e intelectual son necesarias para mantener el cuerpo y la mente sanos, está demostrado que mejor aún es que esta actividad fuera un regocijo para el ser humano. Dicho de otra manera, mejor que trabajar, sería muy saludable ejercitar el cuerpo practicando deportes, paseando por el mundo o manteniendo relaciones sexuales. Aquí se nos escapa una sonrisa, pero la misma se disipa pronto: ¿Acaso hace algo distinto un miembro de la clase alta? El trabajo continuo desgasta el cuerpo. Los trabajadores reducen sus vidas en minas, campos y establecimientos fabriles, se marchitan encerrados en oficinas y se encorvan al volante de autos de alquiler o colectivos de línea. El trabajo es insalubre desde que exige un esfuerzo sostenido, único, alienante y desagradable. Hay quien disfruta de su trabajo, pero eso es parte de la enfermedad. Cualquier persona sana preferirá pasear o disfrutar de familia o amigos antes que trabajar. Una sociedad científica podría mantenerse perfectamente con el trabajo esporádico de sus miembros, pero la sociedad actual requiere que la clase trabajadora se esclavice a una obligación dolorosa que le daña el cuerpo y la mente. El trabajo es dañino, insalubre e impide que se disfrute la vida de una manera sana. Analicemos tres ambientes laborales en apariencia diferentes entre sí: El campo, la oficina y el laboratorio. Un trabajador rural desarrolla su tarea bajo la presión de un patrón que lo disminuye socialmente. Pronto aprende que su horario es el que dicta el patrón, que carece de posibilidad de afiliarse a un sindicato y que no se le pagan horas extras. Respirará pesticidas cancerígenos, se dañará la salud y será insultado o burlado habitualmente como parte del trato que le brinden patrones y capataces. Con sus pares tendrá lazos de camaradería que serán cortados o torcidos cuando el patrón lo decida. Aquel peón que se negara a trasladarse de campo porque perdería contacto con sus compañeros, sería tildado de loco. Sin embargo, este sentimiento que se calla que es motivo de angustia real de muchos trabajadores. Las cosas que hacen la alegría o felicidad de la gente no pertenecen al mundo del trabajo, donde se da por descontado que tales factores son superfluos o contraproducentes. La oficina de un banco no es mejor: el trabajador vive presionado porque nunca “tiene tiempo” para cumplir las tareas que se le encomiendan. Sufre todo tipo de hostigamientos, envidias, desprecios o irrupciones en su vida privada. Es acosado sexualmente, es obligado a vestirse de una manera que no le agrada y a cortarse el pelo según el gusto de sus patrones. Encima de todo esto, es presionado para que consuma una cantidad de bienes o servicios a su costa, desde celulares a automóviles, para poder conservar su trabajo. El laboratorio de investigación podría parecerse a la meca dorada de un trabajo. Nada de eso: Se presiona a los científicos para que publiquen más allá de los resultados y se los complota para torcer la verdad y manipular datos. Se explota el trabajo ajeno para otorgarle el crédito a un científico más reputado que dispone de sus aprendices según el antojo de su despótica autoridad. Cuando el científico logra publicar sus hallazgos, verá cómo el conocimiento es apropiado por un capital que lo usará para obtener ganancias con medicamentos inmoralmente caros, fabricar armas o controlar a los trabajadores. En el laboratorio impera, aunque mitigada, la misma ley del gallinero que existe en todo establecimiento laboral. Estas tres situaciones de las cuales solo contamos una ínfima parte de los posibles problemas, no agotan la lista; es apenas una muestra para evidenciar la vasta y colorida diversidad de malestares que el trabajo produce. Por supuesto que entre todos los males que sufre el trabajador rural elegimos quizá los más leves, por ejemplo. Lo cierto es que queremos decir que aún solucionado lo grave y lo urgente, que ya se conoce lo suficiente como para aburrir aquí con lo mismo, el trabajo siempre será una fuente de sinsabores.

Para completar el panorama, piénsese en las condiciones edilicias y sanitarias de los establecimientos educativos, hospitales, comisarías, tribunales y dependencias estatales o en las condiciones morales de los establecimientos privados que representan la mayor parte de los lugares donde la clase trabajadora gasta la mitad de su vida. ¿Aún sigue siendo algo bueno el trabajo? El trabajo es solamente bueno para quien se apropia de su valor: ellos son las clases media y alta.

El falso valor de la nacionalidad

La cultura de la clase trabajadora se encuentra minada de falsos valores que funcionan reproduciendo el esquema de clases sociales. Estos verdaderos venenos ideológicos, al igual que los virus, solo son posibles gracias al huésped que los recibe, los alimenta y los reproduce. Mientras que en otras clases sociales el virus no prospera, entre los trabajadores, uno de las mentiras más enquistada es la nacionalidad. Mientras que la clase trabajadora se permite dudar de la religión, incluso se respetan las otras religiones y aún, aunque menos, el ateísmo, la nacionalidad es un valor del cual no se permite dudar a nadie. En parte esta unanimidad del sentimiento nacional se debe a su universalidad. Como resultado de las diversas interacciones sociales en la historia de la civilización, las clases sociales evolucionaron junto con las naciones. La población planetaria está dividida en organizaciones políticas, las naciones, al servicio de oligarquías que dependen o está en conflicto entre sí. Cada uno de estos grupos oligárquicos contribuye al mantenimiento de estas estructuras basadas en rasgos culturales comunes, como la lengua o la geografía. Básicamente la organización nacional logra que las otras clases sociales de la misma nación, fundamentalmente los trabajadores, además de producir se presten a combatir, sacrificando sus vidas, en los conflictos que las oligarquías nacionales mantienen entre sí. Durante la edad media, los trabajadores se han matado entre sí en Europa para dirimir los conflictos de sucesión al trono entre reyes, parientes entre sí. Antes ocurrió lo mismo en el imperio egipcio, entre los incas y en prácticamente todas las demás civilizaciones. Hay una sola manera de que los trabajadores accedan a matarse por defender los intereses de sus patrones, y esta vía no puede ser racional. Se apela entonces a la emoción. Para que el sentimiento nacional se vuelva reflejo y esclavo de la emoción, es necesario un adoctrinamiento continuo, el cual comienza en la infancia más temprana. Se le enseña al niño el patriotismo, es decir apego a la patria, la tierra de los padres, la nacionalidad. No existe realmente ninguna razón para estimar o respetar la organización política que mantiene esclavizada a la clase trabajadora. Por eso mismo, el patriotismo que prende y prospera en el trabajador es el que se implanta en la edad en la cual el ser humano no ha aprendido a razonar con todas las herramientas que la vida adulta nos brinda. Según George Bernard Shaw, "Patriotismo es la convicción de que tu país es superior a todos los demás países debido a que vos naciste en él." Gracias al deporte colectivo y otros subterfugios, se crea la ilusión de que el triunfo experimentado por un deportista nos hace felices. Si bien al principio el niño duda, pues lógicamente no experimenta felicidad alguna por lo que hace otra persona corriendo atrás de una pelota, aprende a ocultar su duda, pues teme ser excluído de su círculo de amigos o familiares por no compartir eso que todos experimentan. Pronto la alegría por los triunfos del seleccionado de fútbol, algún tenista o un corredor de fórmula uno, terminan creando dos ilusiones: por un lado, el joven cree que esos resultados lo benefician, aunque en forma intangible, dándole “felicidad”; por otro lado, el aprendiz de patriota se convence de que, mediante alguna forma misteriosa, él mismo ha intervenido en el feliz resultado. Esto termina dando lugar a formas inexplicables del sentimiento de pertenencia como las expresiones “les ganamos” (tratándose de un resultado deportivo protagonizado por otros y ocurrido en un estadio situado en las antípodas del planeta). Durante los años del Proceso de reorganización nacional, se fomentó desde el aparato de propaganda estatal el odio hacia Chile. Los trabajadores chilenos comparten muchos más valores con los trabajadores argentinos que éstos con sus militares; sin embargo, de buena gana muchos obreros se pusieron bajo las órdenes de Videla, dispuestos a asesinar a y dejarse asesinar por los trabajadores chilenos. El sentimiento nacional impide que las clases trabajadoras de las diferentes naciones unan sus culturas, cosa que no sucede con la oligarquía. Las clases dominantes del planeta, cuando no están en conflicto, estrechan lazos de cooperación que obliteran cualquier cuestión nacionalista. Esto explica que sus gobernantes obsequien los bienes que supuestamente son propiedad de la nación a potencias extranjeras. En realidad, estos bienes nunca han cambiado de propietarios, dicho esto en términos de clase. El petróleo por ejemplo, no pertenece a la Argentina, sino a un grupo que no reconoce barreras nacionales, y lo bien que hace. El petróleo es propiedad de una clase acomodada que se dispersa en este momento por los Estados Unidos, Europa, Japón y demás regiones de la Tierra y que tiene cofrades terratenientes en Argentina.

Conclusión

Se puede hablar entonces de una cultura común a la clase trabajadora argentina. Esta cultura contiene algunos elementos básicos que son funcionales a la persistencia del esquema social. Uno de estos elementos es la valoración del trabajo como un bien. Otro elemento es la valoración de la nacionalidad, o patriotismo, que tempranamente implantado en los futuros trabajadores logra amortiguar las evidencias de una lucha de clases constante en beneficio de un relato mitológico sobre amenazas, injusticias o proezas deportivas que la nación entera protagonizaría. Por último, la alienación, es decir, el desconocimiento o la negación de los trabajadores de la pertenencia a su clase, es el elemento vital sin el cual no podría mantenerse el actual estado social. Las fortalezas de la clase trabajadora, en tanto productora de la casi totalidad del conocimiento, auspician eventuales mecanismos revolucionarios que deberían, alguna vez, explorarse científicamente.

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